sexta-feira, 2 de dezembro de 2011


 

Incursiones en la tela


 


 


 

1


 


 


 


 

Eliseo había ido a comprar pan y leche, le tocaban las tareas domésticas en el piso que compartía con los amigos de facultad dos veces por semana, eso suponía que él era el encargado de hacer la comida, poner
las lavadoras que hiciera falta, barrer, fregar, otros días esas tareas estaban reservadas para los otros, así se iban organizando la vida los estudiantes de medicina, el citado Eliseo, Pepe y Vicente. Eliseo entró en la pastelería distraídamente, todo lo hacía de esa manera, vivía en los mundos de yupi, su mirada fue dando saltitos de pastel en pastel a la vez que la boca se le hacía agua, miraba desde una cierta distancia los pasteles de crema con chocolate y limón, con nata y fresas, coco, cabello de ángel, porque había tanta gente que se quedó obturado casi en la misma entrada del local. Delante de sí, después de unos minutos de amorío con los pasteles que más le gustaban y babar a mares, su indiferencia para con las personas se topó con el cuerpo agraciado de una diosa, que se alzaba a 180 centímetros de altura, llevaba un vestido ceñido de color morado, los muslos (por los muslos los conoceréis), les decía su profesor de anatomía, lo dicen todo, así pues, según nuestro futuro cirujano Eliseo, aquellas esplendorosas piernas no pasarían de la tierna edad de diecinueve años. A Eliseo, que nunca hacía ni puñetero caso de otra cosa que no fuera comer palomitas y diseccionar ranas en el laboratorio, le noqueó la visión parcial de la chica, porque la chica estaba dándole la espalda a Eliseo, habría llegado unos minutos antes que él a la pastelería y por eso él la estaba viendo de espaldas, porque si llega a ser al revés, Eliseo hubiese seguido babeando, como hacía siempre, delante de la vitrina y, la chica, más bien, la diosa, estaría tras él, haciendo precisamente lo que estaba haciendo en el momento en que Eliseo le arrancaba, desde atrás, la ropa con los ojos, atender al móvil con unos cuantos monosílabos, que a Eliseo le sonaron más dulces que los pasteles de chocolate. Una señora que tenía una celulitis centenaria y era más gorda que una vaca se compró todos los pasteles de chocolate con fresas que quedaban. Eliseo siempre se compraba uno de esos, pensó en quejarse, pensó, nada más, porque con Eliseo del dicho al hecho había un buen trecho, también estaba pensando en dirigirse a la diosa mientras esperaban en la cola, una vez ella hubo metido el móvil en un bolsito chiquitín de color lila, como la montura de las gafas de la señora que despachaba detrás del mostrador, una señora mayor de cara agradable que le pedía permiso a un pie para mover el otro, daba la sensación de que se movía a cámara lenta, y la gente que había no era poca, serían unas once personas, y la vieja, que todo lo hacía con mucho cariño, era ajena a los tosidos increpantes y fastidiosos de los clientes, se hacía la gilipollas muy bien la vieja, seguro que pensaba, qué os zurzan banda de borregos, llevo toda mi vida trabajando y aquí estoy aún, para ver si en estos últimos años me dejan una pensión paupérrima con la que poder pagar, pagar, que os zurzan, seguro que pensaba eso la vieja de rostro afable detrás de su montura lila de gafas último modelo, mientras terminaba de servir a la señora enorme que se había comprado todos los pasteles de chocolate con fresas, dos cocas de verdura, tres pasteles de cabello de ángel, cinco barras de pan y una baguette con la cual salió del local dándole bocados como si fuera a acabarse el mundo y una baguette en la tripa fuera el salvoconducto para salvar el pellejo, la grasa, en ese caso.


 


 


 

2


 


 


 

La vieja preguntó sin prisa alguna, dirigiéndose hacia el enjambre de gente, quién era el siguiente. Tres marujas tuvieron unas palabras desagradables entre ellas, al parecer no estaba muy claro a quién le tocaba, una de las fulanas se dirigió a la señora del mostrador con voz de verdulera, unos gritos que sonaban fatal, allí, entre aquel olor a trigo limpio y menta. La señora mayor del mostrador se hizo la desentendida y se sacó del bolsillo de su batita blanca impecable una lima con la cual se frotó las uñas cariñosamente al igual que hacía cuando cogía un pastel, que daba la sensación que estaba cogiendo un bebe. Las demás personas también se alborotaron y les pidieron que por favor se pusiesen de acuerdo, que no era cuestión de pasarse allí el día entero para comprar una barra de pan. A Eliseo todo la escandalera que se había formado le importaba bien poco, la diosa seguía allí, impresionante. Estaba feliz, sin embargo, era tan tímido que ni tan siquiera se había atrevido a, disimuladamente, pasar delante de ella fingiendo ver alguna cosa del mostrador y de esa manera conseguir verle la cara, pues ya le había sentido un montón, todas ellas bellísimas, exuberantes, llenas de fuerza y dramatismo, pero estaba inmovilizado tras ella. Por fin se pusieron de acuerdo las verduleras y la señora mayor que atendía, tranquila, se encaminó a coger, como si fuera un bebe de tres meses, una ensaimada con crema, tomó el dinero de otra mujerona, la caja registradora se atascó, la señora mayor pidió que esperasen un momentito que era el panadero el que entendía de esas cosas, que la disculpasen pero que ella de eso no sabía, apareció el panadero, un tío impecable en su aspecto, llevaba el pelo recogido en una coleta, cuando estuvo a un metro de la máquina dio una suave palmada y la caja abrió su vientrecito recaudador, no era nada, le dijo el panadero a la agradable y tierna señora mayor, que parecía un duende, a veces se vuelve avarienta la pobre y no quiere abrir, me recuerda la conducta de cierta especie, le respondió la vieja al joven panadero inmaculado, que se infiltró por donde había venido, como había llegado, casi sin ser percibido. La joven diosa atendía a otra llamada, Eliseo pudo verle una oreja, que cosa tan maravillosa le pareció la oreja de la diosa, ni grande ni pequeña, ni muy pegada a la cabeza ni muy separada, en idónea altura con el maxilar superior, qué maravilla de oreja. La de la ensaimada de crema salió de la pastelería canturreando jocosa, al pasar junto a Eliseo casi lo derriba con una teta, canijo, dijo la mujerona de la ensaimada de crema, al ver que el joven Eliseo casi se cae, y soltó una carcajada que hizo, por primera vez, girarse a la joven diosa, y Eliseo pudo ver la cara de la diosa, vio que su frente era recogida como una pequeña plaza, las cejas se le curvaban hacia arriba en los extremos, sofisticándole el rostro y suavizándole la fuerza extraña y profunda de sus ojos del color de la lava volcánica, la nariz un botón, la boca un manantial de agua, de una minúscula cala la orilla la barbilla, el cuello…, una especie de gusano le brotó de las tripas y se le agarró a la yugular, de ahí se le fue para las piernas, que le empezaron a temblar, estuvo a punto de desmayarse, el cuello, sí, aquel cuello…, cómo, qué, qué hacía aquella mancha peluda estampada en su cuello, Eliseo sintió una ofensa por parte de aquella aberración, además sentía como si los pelos de la joven le apuntasen con los pelos, erizándose prepotentes, encarándole, y aún peor, estaban usurpándole la belleza inigualable a la joven diosa, aquellos pelos de pesadilla habían poseído lo más sagrado de este mundo: la belleza.


 


 


 


 

3


 


 


 


 

La inmundicia, el caos, estaban allí ante Eliseo, se notaba que la chica era víctima de ese desfase, de esa ensoñación llamada vida, de ese ultraje que encumbra a los feos de espíritu a los pedestales del buen criterio, las buenas formas, la tradición, la ética de libro. La chica estaba maniatada por aquella mancha peluda en su cuello, era una joven bellísima, pero los ojos de la gente se deslumbraban con lo horroroso de aquella mancha peluda pegada a su cuello, y ella estaba triste, los novios que tenía acababan desistiendo, a la diosa le decían unos, que aquellos pelos en su cuello les aterraban, otros no mantenían la relación por una cuestión de falta de carácter, pues siempre pasaba que cuando iba la diosa con alguno de sus novios a cenar, o a comer a algún lugar, o al cine o al circo, allá donde fueran, siempre la gente prestaba atención a la mancha de pelos de su cuello, no la dejaban en paz, no, y era por eso que su novio tendría que ser una persona de carácter para imponer respeto, siempre existen los graciosos de turno. Eliseo se quedó sin saliva, pálido. Los pelos de la joven diosa le estaban ganando a la chica, una vez más, la partida, pues se giró inmediatamente al ver la cara de espanto que ponía Eliseo. La señora seguía despachando lentamente en el mostrador, unas persona salían, otras entraban, de manera que la pastelería era una especie de equipo de fútbol, se mantenía entre unas diez y doce personas. Eliseo volvió a tener a la chica de espaldas, de espaldas es otra cosa, pensó con una pizca de sarcasmo, aunque inmediatamente se sintió un miserable por lo que acababa de pensar. Había visto la cara de vergüenza de la joven, su malestar, había presentido el infinito rechazo que estaría padeciendo por parte de los demás, sólo porque tenía unos pelos en el cuello, a la altura de la nuez. Pensó en presentarse, no por piedad, en absoluto, esa joven bellísima era la primera mujer que le llamaba la atención en su vida, era la mujer más fascinante y atrayente que había visto jamás. Realmente aquellos pelos en su cuello eran intimidadores, tenían un no sé qué, como los amortajados, cuando te quedas solo con ellos no te fías, los vigilas, nunca sabes… Igual pasaba con aquellos pelos, Eliseo tenía la casi certeza de que no pertenecían a la joven diosa, pensaba que eran una intrusión espantosa y maligna capaz de manifestarse. Estaban más cerca del mostrador, la joven ladeó su cuello para ver el precio de unas galletas que había en una platillera, unos cinco o seis o siete pelos aparecieron amortiguados en ese precipicio bellísimo de 180 centímetros, Eliseo reculó, enseguida el vértigo se apoderó de él, miró al mostrador, allí seguía la señora cálida, tranquila y paciente, con amor y con cariño envolviendo un pan para otro cliente más. Eliseo intentó encarar los pelos, tenía que…, miró de nuevo, eran más, tal vez unos doce, la mancha del cuello, más o menos la gente que había en la pastelería, se armó de valor y los miró directamente aguantando la mirada e intentando no caerse al suelo, le provocaban mareos, eran aterradores aquellos negros pelos, unos doce, clavados como larvas putrefactas en una piel tersa, joven, blanca como el mármol de carrara. La joven diosa volvió a recolocarse de manera que los pelos se resguardaron de la mirada invasiva de Eliseo. Ya estaban a pie de mostrador, un hombre de mediana edad pedía un pan y un pastel de manzana, la joven diosa se giró hacia Eliseo, la joven no supo por qué se había girado.


 


 


 

4


 


 


 


 

Eliseo la miró a los ojos, vio que estaba sufriendo, que estaba cansada, que aquel cuerpo hermoso, su bello rostro, acompañado de aquellos pelos en su cuello, habían sido como una maldición. Su vida una maldición, un salir a la calle y las caras de horror sempiternamente clavadas en su cuello, y en aquel instante, cuando la chica, que no sabía por qué se había girado, fue a direccionarse de nuevo como estaba, cara al mostrador, Eliseo le dijo a la joven diosa, te quiero, nunca me habían interesado las chicas hasta que te he acabado de ver, te quiero, volvió a decirle a la joven diosa Eliseo, que no pensaba, sentía. Sentía que la sangre le estaba reventando las arterias de la cabeza, que le iban a explotar, sentía que los ojos volcánicos de la joven diosa entraban a fuego por los suyos y le quemaban las retinas, se ató sus ojos a los suyos, sintió la ternura de la joven, su sufrimiento, fue extendiendo sus brazos hacia la joven, ella los suyos, al unirse las manos, uno de los doce pelos de la mancha de su cuello cayó, una de las doce personas que había en la pastelería desapareció, el joven Eliseo al ver el pelo caer no pudo contener dos lágrimas, una por cada ojo, que se deslizaron suavemente por sus mejillas, dos pelos cayeron y dos personas desaparecieron. La joven, al ver las lágrimas de Eliseo, lloró dos lágrimas de amor y gratitud preciosas, otros dos pelos horribles cayeron, dos personas más de la pastelería desaparecieron. Los dos jóvenes se abrazaron emocionados, los rostros sacudidos por una fragancia embriagadora e invisible, turbados por el amor, eran una estampida de pasión, los corazones de ambos latiendo como caballos desbocados, te quiero, repetía una y otra vez Eliseo, que le besaba la cara a la joven atropelladamente y no paraban de brotarle las lágrimas, seis pelos cayeron y seis personas desaparecieron, la mancha de pelos desapareció del cuello de la joven diosa, salvo uno, un pelo blanco y minúsculo, inadvertido, como la presencia de la señora de cabellos plateados, cálida y afable, que estaba tras el mostrador luciendo una maravillosa sonrisa.


 


 

FIN


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 

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