En la contemplación cálida de la inmensidad del mar,
tus ojos, azules caracolas, reflejan la cara calcárea del Indio,
la barca en la que navegamos hace un ruído de trabucos.
Por aquí ya pasaron muchos piratas, estrellas, universos,
gigantes ballenas y pequeñas sirenas, hay un faro erguido
al extremo final de la isla, desafiante cómo una tormenta.
La Cala del Indio intimida, tiene en la mirada misterio,
sus ojos son sal y roca y silencio, sangre que formó a este
Indio, volcánicamente, de manera subterránea.
A través de los pasillos marinos con permiso del tiempo y de
las morenas, se formó este indio pétreo encallado en
esta cala de esta isla de espaldas al mundanal ruído.
Dando la bienvenida a los vientos de tramuntana,
que moldean su aspecto y así su fama; amigo de las
gaviotas, las sierpes y las rudas cabras.
En el horizonte una llamarada fulgurante se hunde en el mar,
es el sol que se marcha a otra parte, fin de la tarde, que trae poco
a poco un chorro de estrellas, junto al exótico nácar de la luna vertiginosa.